Gentileza Mega. |
A veces la realidad es demasiado injusta para que la ficción también lo sea. Una de las premisas de la telenovela convencional consiste en ofrecer la esperanza que el mundo real muchas veces nos niega. Pues bien, “Juegos de Poder”, sin ser del todo convencional, optó por apegarse a esa premisa en su capítulo final que se emitió el pasado jueves, poniendo término a una seguidilla de crímenes, corrupción e impunidad que involucraron a la familia del candidato presidencial y luego Presidente Mariano Beltrán (Álvaro Rudolphy).
Por Víctor Herrera.
Más que una reseña del último episodio, haré una apreciación de la telenovela en general, que a pesar de liderar en sintonía pasó un poco desapercibida mediáticamente en comparación a otros éxitos nocturnos recientes como “Perdona Nuestros Pecados” (2017) y “Pacto de Sangre” (2018).
Hay varias fortalezas que destacar en “Juegos de Poder”, y quiero comenzar con la dirección. En una industria donde cada telenovela es tan similar estéticamente a las que vinieron y a las que vendrán, hay que aplaudir que el director Patricio González haya logrado dar con un tono único. Aun con una fotografía menos sofisticada en lo técnico que la de su sucesora (“100 Días Para Enamorarse”), aquí hubo una intención de involucrar íntimamente la imagen con el género de la historia: cámara en mano y tambaleante que, sin agotar al espectador, ayudaba a representar el ambiente de tensión y crisis constante, así como la presencia de tonos grises que plasmaban la oscuridad de la historia. Además, el ritmo fue favorecido por una edición ágil que, a diferencia lo que ha ocurrido anteriormente con teleseries de este estilo, no cayó en la saturación de efectos ni se hizo agotadora.
En segundo lugar, cabe destacar un elenco de actores totalmente a la altura de sus personajes. Varios de ellos pudieron dar un giro a lo que venían haciendo. Ingrid Cruz, Francisca Imboden, Claudio Arredondo y Jorge Zabaleta volvieron al drama puro tras varios años haciendo comedia con tonos dramáticos. Augusto Schuster por fin se sacó el uniforme de escolar y pudo cambiar su registro demostrando que puede ser mucho más que el adolescente risueño. Y si bien no fue novedad ver a Álvaro Rudolphy como el patriarca omnipotente, su Mariano Beltrán tuvo suficientes matices para diferenciarse del mucho más brutal (y más plano) Armando Quiroga de “Perdona Nuestros Pecados”.
Por último, pero lo más fundamental: un libreto por sobre la media, que a lo largo de ciento sesenta y un episodios y nueve meses logró mantener la tensión, los giros y las sorpresas sin sacrificar la coherencia, a pesar del evidente recorte de capítulos que se presentó en emisiones cortas en pantalla. El equipo de guionistas, compuesto por Luis Ponce, Lula Almeyda, Felipe Montero, Valentina Pollarolo y Ximena Carrera, construyó un relato de crítica al poder, con obvias referencias a aspectos de la realidad, que jugó a romper expectativas de manera constante, con personajes tomando decisiones imprevisibles, misterios frecuentes que se resolvían rápidamente y acciones que detonaban otras en un permanente efecto dominó.
Además, los guionistas concibieron a la mayoría de los personajes no desde la luz ni la sombra, sino desde la penumbra, y por eso el resultado fue una historia compleja, atractiva y verosímil, aun cumpliendo con el código del género de resaltar héroes y villanos. Así, mientras Cinthya Bravo (Alejandra Araya), Francisco Beltrán (Pedro Campos), Elena Espinoza (Paula Sharim), Samuel Salgado (Juan Carlos Maldonado) y Benjamín Bennet (Augusto Schuster) habitaron los extremos morales de buenos y malos, mi mayor interés como espectador se lo llevaron personajes como Verónica Egaña (Patricia Rivadeneira), Karen Franco (Ingrid Cruz), Raúl Salgado (Roberto Farías), Gustavo Toro (Rodrigo Soto), Pilar Egaña (Francisca Imboden) y Camilo Beltrán (Simón Pesutic), personajes que, en algunos casos, podías pasar de odiar a amar y viceversa, todos retratos de las ambigüedades y contradicciones humanas.
Dentro de ese grupo, Camilo, cuyo crimen dio inicio a la trama, gozó de una de las mejores evoluciones, pasando de ser un pusilánime inmaduro manipulado por su primo y humillado por su padre (y no muy diferente moralmente de ellos), a rebelarse contra este último, asumir su culpa, valerse por sí mismo y finalmente reivindicarse.
Por supuesto, no todo fue perfecto. La desaparición sin aviso de ciertos personajes secundarios, que se suponían estables, mermó en algo el gran desarrollo. El caso de la repentina ausencia de la corrupta y desfachatada fiscal Beatriz Acosta (interpretada estupendamente por Solange Lackington) fue algo comprensible en la medida que cumplió su función y su ciclo, pero la desaparición de otro personaje con tintes antagónicos como la arribista Jacqueline Cifuentes (Ingrid Isensee, en un personaje cuyo nombre debí googlear), que intentó justificarse torpemente en los capítulos finales, tuvo toda la apariencia de querer desechar casi por completo de la historia un rol desaprovechado que nunca lograron hacer despegar en el guion, desperdiciando de paso a una buena actriz.
Por otro lado, eché en falta algo más de retórica en algunos diálogos; esa literatura que elevó estéticamente desde la palabra a telenovelas nocturnas como “El Laberinto de Alicia” (TVN, 2011) y “Secretos en el Jardín” (Canal 13, 2013), ambas lideradas en su escritura por Nona Fernández. Pero tal vez juzgar por eso a esta teleserie sea caer en uno de los vicios más frecuentes del espectador: criticar una obra por lo que no es en lugar de hacerlo por lo que realmente es y pretende. Y a pesar de las falencias, “Juegos de Poder” es evidentemente la mejor telenovela que ha hecho Mega en los cinco años que lleva con nueva área dramática.
Para terminar, y no puedo dejar de mencionarlo, no deja de ser una llamativa coincidencia que el mismo día en que fracasó una acusación constitucional contra el Presidente de la República en el Chile real, el Presidente ficticio Mariano Beltrán se convirtió en el primer mandatario chileno de la historia en ser desaforado por el Parlamento, en una telenovela que se terminó de escribir y grabar antes del estallido social. Una muestra de que los paralelismos -intencionados o no- entre realidad y ficción constituyen la historia más curiosa y sorprendente de todas.
3 comentarios
Espero que con el tiempo esta joyita la aprecien como se merece.
y espero de corazón ver nuevamente a Luis Ponce al mando de una telenovela, un diamante en bruto.
Que manera de decir garabatos mierda…..
Buena crítica, me vi todos los capítulos y concuerdo plenamente con ella.
No me gusto el desaprovecho de personajes prometedores como el de Lackington e Isensee. Pero también creo que es el mejor trabajo que ha realizado Mega.
Destacar las buenas actuaciones y también la oportunidad actoral que le han dado a Lorena Capetillo, ha podido mostrar un buen trabajo actoral a diferencia de sus teleseries previas a Mega.
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